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El salto de Roldan

Con el bus turístico de la Hoya de Huesca (España) se puede visitar El salto de Roldán.

Parece ser que Roldán se encontraba en huida de Saraqusta, cuya conquista había fracasado, cabalgando raudo hacia su Francia natal. La persecución estaba siendo ardua y agotadora, y el noble galo se veía amenazado por varios flancos. El acoso provocó que el caballero buscara una salida ascendiendo por la peña de Amán, que termina en un cortado cuya foz recorre el río Flumen. Roldán tiró con fuerza de las riendas, deteniendo el corcel justo al borde del precipicio. Los perseguidores, seguros de haber dado caza a su presa, hicieron cabriolas con sus caballos y dieron mandobles al aire antes de acercarse al héroe francés. Éste, para sorpresa de aquellos que le acorralaban, picó las espuelas y se lanzó al vacío. Ante los ojos de sus perseguidores, el corcel dio un salto tan prodigioso que, en lugar de precipitarse al fondo del cortado, consiguió llegar al otro extremo, estampando sus huellas, todavía visibles según algunos, sobre la peña de San Miguel. La leyenda dice que, debido a tal esfuerzo, el caballo murió en el acto, y Roldán tuvo que proseguir su camino a pie. Parece ser que no llegó muy lejos, pues se cuenta que cayó en Ordesa, si bien su mítica espada, Durendal, poderosa tal que Tizona o Excalibur, consiguió llegar a Francia al ser lanzada con rabia por el caballero, abriendo la que todavía se conoce como brecha de Roldán y que permitió al galo ver su tierra por última vez en su estertor de muerte.

También se cuenta que, en el salto inverosímil sobre el cortado del Flumen, el caballo, tal vez por miedo, hizo caer sus excrementos al río. Éstos fueron transportados al Isuela, que los llevó al Cinca, pasando al Segre, al Ebro y, por fin, al mar, que los arrastró hasta el norte de África. Allí, en la costa donde se depositaron, nacieron tres hermosas flores de tres colores distintos: una blanca, otra negra y morada la última. Una yegua que por allí pasaba no pudo resistirse a comerlas, lo que provocó que poco tiempo después diera a luz tres potrillos, cada uno del color de una de las flores, y que al crecer fueron tan veloces como el viento del Sáhara.

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