El domingo salimos de viaje en el tiempo, madrugamos para acércanos a la estación de tren y tomar el canfranero (como llamamos al tren que hace el trayecto Zaragoza-Canfranc). A este viaje se apuntaron mis tíos con los que he hecho más de una excursión porque mi tía no para quieta. Tanto ella como yo íbamos recreando la época (no es la mejor fecha dado que estábamos pasando una ola de calor por toda España) y mi tío iba a disfrutar de la fiesta, que para eso están las recreaciones públicas. Con la excusa de que mi bolsito es muy pequeño y que mi tía hace muchas fotografías no llevé la cámara, así que no tengo muchas fotografías que compartir. Para lo faltar a la rutina los vagones del tren eran los tres viejos vagones usuales, nada de vagones modernos no vaya a ser que entremos todos los viajeros sentados. Porque efectivamente, al igual que cuando viajé a Jaca en mayo para la recreación de los tercios, los tres vagones tuvieron gente. Aunque no se llenaron completamente (hasta no caber sentados) hasta que llegamos a Huesca. En Zaragoza montamos unas ocho personas con destino Ayerbe y su recreación de la llegada del tren por primera vez en 1891. En Huesca subieron varias personas que habían ido expresamente a Huesca para subir ahí al tren y recrear el momento, y fue aquí donde los vagones se quedaron pequeños, aunque la mayoría de los viajeros nos apeamos al llegar a Ayerbe. En nuestro vagón se sentaron dos mujeres ataviadas como mi tía y yo de los pies a la cabeza al estilo cercano a la época de 1891 que iban con tres pequeños; dos niñas y un niño más majos con sus trajes y muy tranquilos. Eran unas señoras de Ayerbe que vivían en la capital (Huesca) e iban al pueblo a ver a su familia ya que se podían permitir el primer viaje en tren. También subió una mujer sufragista que iba por los vagones gritando y pidiendo el voto por la mujer. Y en el mismo vagón que nosotros iba una maestra inglesa que conversó con los niños en su mitad inglés – español. También tuvimos al mosén, el señor cura de la época que subió a bendecir el viaje en ese nuevo invento que lo iba a llevar tan rápido y cómodo a su pueblo. Y durante el trayecto tuvimos el encuentro con una mujer que había subido desde Zaragoza para vender su mercancía, ricos paños a buen precio, y otra loca que buscaba desesperada al paquetero porque tenía muchos paquetes que llevaba de la ciudad al pueblo y necesitaba que se los bajaran. En cada vagón se fueron leyendo, por turnos, los relatos ganadores del primer y segundo premio del concurso de relatos de la Asociación, por lo que sin darnos cuenta llegamos a Ayerbe donde nos esperaba todo el pueblo, el señor alcalde, y hasta los gigantes del lugar para celebrar este hecho histórico en el que Ayerbe tuvo por primera vez tren en 1891. Cuando bajamos al andén de Ayerbe casi no podemos movernos de la gente que había esperando para ver este histórico momento. Los paquetes volaron por el aire y ahí estaba el pastor, el carbonero, las mujeres del pueblo con los niños vendiendo huevos, magdalenas y otros productos artesanales para los agotados viajeros. La estación de Ayerbe es una casita (usualmente cerrada por el poco trayecto de viajeros, dado que solo hay una vía y poco servicio) y al lado hay otra casita de ladrillo con ventanas que está cerrada, y que era la antigua taberna para la llegada de viajeros, y luego hay un camino de piedras que lleva hasta una acera con dirección al pueblo. Después de un rato paseando por el por el andén entre viajeros y foráneos, el alcalde dio un discurso, como en la época, para celebrar la llega del progreso al pueblo, y luego otro de nuestra época (del 2018 y no del 1891) para reivindicar la apertura del Canfranc (cerrado desde 1970). Tras el discurso los músicos, que estaban a la sombra de los árboles que rodeaban la estación, nos tocaron unas jotas y en el andén del frente, con el paisaje de la Hoya de Huesca extendiéndose ante nosotros, nos deleitaron, a foráneos y visitantes, con el baile de una jota. Tras la música y baile, como toda celebración merece, nos ofrecieron, a la sombra de los árboles, tortas y vino (o agua fresquita quien no quisiera vino). Y entre comida y bebida, y la unión de la búsqueda de sombra durante la ola de calor nos fuimos conociendo. También se podía comprar tickets para comer con la asociación, así que todos los recreadores y los no recreadores se unieron a la comida, que costaba doce euros, y además te regalaban una bolsita de tela con la imagen de la recreación de Ayerbe 1891. Tras un rato de “picnic” junto a la estación nos guiaron a ver la sala de arte que han abierto los artistas de la zona. Nosotros íbamos con el grupillo de recreadores que tenía conocidos del pueblo así que fuimos con ellos a la plaza del pueblo a tomar algo fresquito y a comprar tortas de Ayerbe en la panadería. Porque si no lo había comentado las tortas de Ayebe son famosas y la gente de otros pueblos baja a Ayerbe a comprar el pan, así que hubo que hacer algo de fila pero al final todos nos fuimos con las tortas a tomar algo a la plaza. Después de tomar algo visitamos los portales, la campana y la torre, y después entramos a la sala de exposiciones que seguía abierta (todo arte moderno). Tras la visita marchamos hacia el lugar donde se celebraba la comida, en el SEMPA, y en esa gran nave pudimos ver a los gigantes ya recogidos, a algunos recreadores que ya se había cambiado de ropa, y el rancho que estaban haciendo para comer. Estaba muy bueno (para mi gusto al menos) y se podía repetir, también había ensalada y helado de postre (también se podía repetir). Tras la comida hubo cantos, jotas, y por fin un sorteo, pues había vendido boletos al entrar al SEMPA. A ninguno de los de Zaragoza nos tocó nada de los productos de Ayerbe pero así pasó la tarde y luego tuvimos la presentación del libro Objetivo Canfranc, y es que Canfranc es una mina de oro para los escritores desde hace años, entre el oro los nazis, el wolframio, los refugiados judíos que escapaban ocultos de Francia, los espías de la resistencia, etc. Y tras la presentación nos despedimos de los que se quedaban y marchamos hacia la estación de tren, el paseo junto a los juncos y las pajas eran como paisajes de Soralla pero sin mar, los tanques antiguos de agua enormes y la solitaria estación invitaba a viajar en el tiempo, aunque entre el corsé, las enaguas, los guantes, el vestido, el sombrero y la ola de calor uno podría acabar desmayado. El tren salió con media hora de retraso, el motivo es que el de ida estaba retrasado y como solo debe haber una vía había que esperar a que llegara para que nosotros pudiéramos salir, al menos el tren (otra vez de tres vagones) tenía aire acondicionado. Solo que para terminar el día el aire acondicionado se estropeó (normal, siendo tan viejos y haciendo tanto calor), los vagones otra vez se llenaron hasta no tener donde sentarse y tras 2 horas y media (84 km) sin aire acondicionado, el viaje fue una auténtica recreación. Al final fue un domingo muy entretenido y recomendable, para repetir si vuelve a surgir.
Mis imágenes: No hay, las hizo toda mi tía porque viajé sin cámara ni móvil
Información para viajar: Pendiente
Fotografía de entrada: María José Gracia Imaz
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