Bergen
Visita: Septiembre 2016
Mis imágenes: Dentro del Álbum Noruega
Noruega Album Facebook
Información para viajar: Pendiente
Llegamos a Bergen y antes de ir al hotel (que no estaba lejos del centro) paramos en el centro para comer. Como el guía nos comentó muchísimas cosas para ver por Bergen y en teoría al día siguiente salíamos pronto en dirección Voss, decidimos aprovechar el tiempo y comprarnos unos bocadillos y comerlos en el puerto (hacia un día de sol agradable para comer al aire libre) y aprovechar el resto del tiempo de comida en ver el puerto, el mercado del pescado y el barrio Bryggen. Desde el muelle del puerto, y dado el día claro que hacía,, había una vista perfecta de las casitas de madera pintada de varios colores que componen el barrio de Bryggen. Además tuvimos la suerte de que ese día no había ni un solo crucero, que suelen tapar las vistas y llenar de gente las poblaciones. En el mercado del pescado trabajan sobre todo españoles, muchísimos, que se dedican a vender pescado para comerlo ahí; ballena, patas de cangrejo real, etc. Sabiamente preferí no arruinarme por un mini trozo de pescado y deje el marisco para cuando llegue a casa (o en Corea o en EE.UU. donde tampoco es tan caro y sabe igual) y pasamos a ver el barrio de Bryggen. La primera casa de color rojo es el museo hanseático (un poco caro para nuestra opinión) y que da a descubrir lo que era la liga hanseática, la razón por la que se crearon todas esas casitas de madera, inclinadas hacia el mar y de colores que son de cuando esa zona era mercado principal de salmón y bacalao para el resto de Europa. Ahí tuvieron su gran éxito comercial hasta que la zona del norte pasó de católica a protestante y por tanto en vez de comer pescado en cuaresma se dedicaron a comer carne. Adiós al negocio del bacalao. El barrio de calles estrechas, balcones y ventanales grandes y muros inclinados se conservan en buen estado porque son patrimonio de la humanidad, tuvimos la suerte que callejeando por el barrio vimos el entramado de una casa que estaba reparando y toda la madera y gasto que conlleva. Las casitas son, hoy en día, tiendas para turistas pero vale la pena adentrarse en sus calles estrechas y perderse en el entramado para ver cada de talle de lo que en su día era el barrio del puerto con más vida de la ciudad, cuando la liga hanseática gobernaba el mercado del pescado. Llegamos hasta la torre de Rosekrantz y regresamos para coger el autobús que nos llevaría al hotel. Una vez dejamos el hotel pasamos junto al lago y su fuente a los pies de la montaña, en lo alto está el mirador, el guía nos aconsejó que miráramos hacia arriba y que si había nubes y no veíamos la casita y la bandera que ni subiéramos, pero que si la veíamos subiéramos porque estaba despejado. Las nubes se nos echaban encima pero todavía se vía la casita y la bandera así que decidimos subir en funicular a Floyfjellet. Otro de los consejos del guía fue no coger el funicular si había grupos de cruceros, por la cantidad de gente, pero en vez de eso tuvimos la “suerte” de que nos tocaron lugareños que volvían a casa con sus compras del día así que a la subida hicimos un montón de paradas intermedias. El funicular es acristalado por el techo y las paredes para disfrutar de la vista mientras se sube pero con la cantidad de gente que había fue bastante difícil (más sencillo a la vuelta), y después de tardar siglos en subir cuando llegamos arriba se puso a llover (lo que ya parece una tradición en nuestros viajes). Las nubes comenzaron a cubrir la ciudad y ya no se veían ni las montañas del fondo ni las casas del puerto. Decidimos dar una vuelta y descubrimos a las cabras comiendo las cortezas de los árboles por el otro lado del monte, y al regresar dejó de llover y apareció un claro donde ya pudimos ver las casas, las montañas al fondo, el museo que tiene forma de piano de cola (visto desde arriba), y la forma de “W” que tiene la ciudad. La “W” la consigue gracias al lago con la fuente en medio y el resto es por la forma de la costa. Una vista que merece la pena la subida (siempre y cuando no haya nubes, claro). Bajamos con el funicular y nos fuimos al otro lado del puerto a visitar las murallas y el barrio portugués. Lo más interesante del barrio portugués es callejear y descubrir cada rincón, cada casita es diferente, una de madera blanca, otra azul, otra de puerta roja con farolillo, otra con flores en las ventanas, etc. Algún que otro callejón sin salida encontramos pero es una zona recomendable para pasear sin mirar plano (y eso que cuando llegamos al barrio se puso a llover de nuevo), según el guía esa zona es la que sale en todos los folletos de Bergen. Ahí cerca hay un paseo natural rodeando la costa que el guía nos recomendó por no ser muy turística y tener bonitas vistas. Como estaba lloviendo solo vimos a los noruegos pero el guía tenía razón, un rincón precioso para pasear. Ya de noche (la ciudad de noche no nos dijo nada, al contrario de Stavanger) pasamos por la plaza que hay junto al lago y en ella había varios coches antiguos restaurados (de todo tipo de coches, hasta policiales). El guía ya nos había comentado que a los noruegos les encanta la restauración de coches, barcos, motos, etc. Y lo pudimos comprobar “in situ”. Al día siguiente en teoría salíamos pronto para coger el tren de Flam pero debido a un corrimiento de tierras había una carretera cortada y al final salimos más tarde. Así que tuvimos hasta las doce del mediodía para volver a recorrer la ciudad, esta vez fuimos a ver la iglesia de Santa María y la parte de atrás de ese barrio, y volvimos a retomar el paseo que recomendó nuestro guía (Pablo) y esta vez disfrutamos de las vistas con sol, y solo nos encontramos con la gente de nuestro grupo, y eso que ese día si vimos varios cruceros atracados en Bergen.
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