Siempre recordaré la sensación de entrar en las pirámides.
Ciertamente quien busque encontrar paredes adornadas y salas espectaculares se llevará una sorpresa desagradable. Porque la entrada al interior de la pirámide tiene su punto de placer en las sensaciones y no en el paisaje visual.
Como para todo, sobre todo si es en Egipto, hay filas para entrar a las pirámides que además tienen acceso limitado a un número de turistas al día (comprensible). Antes de entrar te revisan para ver si llevas cámaras, dado que fotografiar y grabar dentro de las pirámides está prohibido. Que esté prohibido no quiere decir que la gente no lo haga, o bien porque no hay guardias o bien porque se soborna a los guardias (algo muy típico en Egipto).
Tras la fila entrar por un agujero de la pirámide (no hay puertas de acceso), y comienzas la aventura, porque al fin y al cabo quien entra en las pirámides ha de hacerlo con la idea de experimentar como los antiguos exploradores lo que se sentía al entrar a esos lugares. Esperar ver algo espectacular no es el fin de la espera, sino el vivir la experiencia de, en ocasión, hasta reptar para llegar a la sala donde se encuentra el sarcófago.
Como yo nunca consigo echarle la cara que tenemos en general los españoles no tengo ninguna fotografía del interior de las pirámides (de Kreofen y Keops).
Una vez pasado el umbral (el agujero), empezamos el descenso en un túnel de piedra, aunque hay tablones de madera en el suelo y en ocasiones había barandilla de madera, aún así el espacio es pequeño, estrecho y hay que ir de uno en uno. Dada mi altura también es necesario ir agachado, porque si uno no se inclina acaba golpeándose la cabeza con el techo del túnel.
Después de bajar hay que subir, lo que se hace aún más difícil porque la altura del túnel no aumenta, aunque aquí las barandillas de madera son una ayuda.
A medida que vas entrado más profundo en la pirámide se nota el calor que hay dentro de la misma y cada vez cuesta más respirar. Empiezas a comprender porque avisan que la gente con problemas respiratorios o de claustrofobia no puede entrar. Aunque uno no tenga miedo a los espacios cerrados si es fácil tener un problema respiratorio porque los túneles son estrechos, hay mucho calor, dado que no hay grandes conductos de ventilación, y además hay mucha gente. Aparte del esfuerzo de ir casi reptando en algunas ocasiones.
Cuando vives esta experiencia piensas en los exploradores o ladrones de tumbas, en cómo lo vivieron en ese tiempo, como se arrastraban por los agujeros hasta llegar a las salas.
Cuando empiezas a preocuparte por la falta de aire consigues llegar a la gran galería, que destaca por sus techos, y que te lleva a la Cámara del rey. Esta sala se abre ante ti y parece enorme si lo comparas con las estrechas proporciones vividas antes. Aquí podemos encontrar paredes vacías, con inscripciones “modernas” pero ningún otro tipo de decoración, además de un gran sarcófago de granito completamente vacío y sin decoración. Aquí se “respira” algo mejor. El calor es asfixiante y no hay aire fresco pero ya no hay esfuerzo físico en la tarea.
Lógicamente si lo que uno buscaba al adentrase en la pirámide es una sala ricamente decorada después del esfuerzo vivido se va a llevar una decepción. Uno puede ver inscripciones con el nombre de los exploradores que accedieron a ella y el sarcófago vacío de piedra.
Según he leído por ahí Napoleón Bonaparte durmió una noche allí y cuando al salir a la mañana siguiente le preguntaron sus soldados al respecto dijo:“Da igual, no me vais a creer…”
En el interior de la pirámide de Kefren se puede vivir la misma experiencia con la diferencia de que en la sala se puede encontrar grandes letras grabadas en la pared dejando constancia del “descubrimiento” de la sala por Belzoni: “Scoperta da G.Belzoni 2 mar. 1818”. Creo que ver de repente ese gran grafiti en la pared fue lo que más me sorprendió.
La experiencia no deja hermosas fotografías pero sí una experiencia única.
(Como no tengo fotografías del interior dejo unas del exterior de las pirámides).
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