Cordoba
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Tras salir de trabajar y comer en la estación cogimos el AVE con destino Córdoba. Había dos aves juntos y nunca había visto tanta gente para coger el tren, parecía que media Zaragoza se marchaba a Andalucía. En el mismo vagón coincidimos con una despedida de solteros con los que coincidiríamos a la vuelta (con lo grande que era el tren), y en el mismo tren también coincidimos con compañeros de trabajo que se iban de fin de semana Sevilla (luego en el vagón de vuelta había una chica del trabajo que había ido el fin de semana a Córdoba con su marido para una boda; menuda casualidad coincidir en el mismo vagón con lo grande que era el tren). Cuando llegamos a la estación de Córdoba nos tropezamos, nada más salir, con una discusión, y lo saco a colación porque me lleve un poco mal sabor de boca debido al trato de varios cordobeses. Se me hacían más simpáticos y en cambio fueron bastante desagradables, no sé si es el calor o que no le caen bien los turistas. El caso es que salimos de la estación por la puerta que no era, para no variar, pero en seguida nos orientamos y fuimos hasta el hotel sin perdida, que estaba localizado entre la plaza de las tendillas y la estación de tren. Dejamos el hotel para dirigirnos hacia a la plaza de las tendillas y de ahí, por calles estrechas, de paredes blancas engalanadas con macetas de coloridas flores, fuimos caminando hasta llegar frente de la catedral-mequita. A un lado estaba la torre, toda ilumina, al otro la virgen de los faroles. Comenzamos a rodear la mezquita por el lado de la virgen y así hasta llegar al lado de la torre. La mezquita por fuera es preciosa, tanto más de noche que de día porque la iluminación y el enclave, aparte de su estructura y detalles árabes antiguos, evocan un tiempo pasado con gran facilidad y romanticismo. Rodeando la mezquita llegamos a la puerta y el puente romano. Cruzamos el puente junto con un montón de gente que iba de fiesta, pero no avanzamos más allá de la puerta y nos dimos la vuelta atacadas por los mosquitos. Entre vuelta y vuelta se había hecho bastante tarde y todavía no habíamos cenado, y como hacía mucho calor, pese a ser cerca de la medianoche nos paramos en un bar a beber algo y nos sorprendieron con unas tapas acompañadas con la bebida, ahí el precio incluye bebida y tapa así que con los minis bocadillos que nos dieron nos dimos por cenadas y regresamos al hotel dado que al día siguiente teníamos que levantarnos pronto. Además teníamos que salir antes de que abrieran el comedor de desayuno del hotel (que en fin de semana abría muy tarde) para ver la mezquita de Córdoba, dado que de ocho y media a nueve y media el acceso es gratuito. Cuando llegamos no sabíamos muy bien por cual puerta se entraba pero rodeándola encontramos más turistas alrededor de una puerta, asi que nos quedamos por ahí, junto a ellos y justo se abrió la puerta (la lateral derecha mirando al rio) y nos dejaron entrar en la mezquita en silencio hasta las nueve y media. Yo sabía que entrar hasta las nueve y media era gratis, lo que no sabía es que a las nueve y media te echan, y solo una hora no fue suficiente para tanta belleza. En una hora sí nos la recorrimos entera pero con lo que nos gusta el arte y al historia a mi amiga y a mí, una hora se nos hizo corta y cuando salíamos al patio pensábamos que en cuanto termináramos de ver el resto de la ciudad volveríamos a entrar, aunque fuera pagando, dado que no nos importaba con tal de gastar más tiempo y verla con más detalle: hay tanto arte, árabe, romano, cristiano mezclado y tanta combinación de luces y colores. Aunque al final no pudo ser, porque no paramos de ver cosas en Córdoba (y eso que en el trabajo aparte de los patios cordobeses y la mezquita la gente nos decía que la ciudad no tenía más cosas para ver). Tras la mezquita fuimos a buscar los baños califales y como donde se suponía que estaba no lo vimos empezamos a callejear por bonitas callejuelas blancas llenas de macetas con coloridas flores buscando los baños. Y perdidas con las vistas de las casas y las calles llenas de flores al final no encontramos los baños, así que tomamos el camino hacia la sinagoga, ya que entre calleja y calleja habíamos entrado en el barrio judío. Junto a la plaza donde hay una estatua de un ilustre judío había un andaluz tocando la guitarra también muy maleducado, imbécil diría yo, y siguiendo esa calle a la derecha, el acceso a un patio cordobés todo engalanado con flores que en teoría era un mercado pero que solo tenía una tienda abierta. Se podían subir las escaleras y disfrutar de los balcones del patio cordobés y de sus vistas. Tras salir del patio llegamos a la sinagoga, que se distingue por la placa que tiene, dado que no hay nada especial en su fachada. La entrada aquí es gratis así que seguimos sin pagar nada, hay más turistas aquí y me sorprende que aunque pequeña está muy bien conservada con los detalles de las letras hebreas y sus muros decorados en piedra y arcos más de estilo árabe que judío. Sorprendida gratamente por la sinagoga, dado que espera mucho menos, nos quedamos pensando si ir a la casa sefardí o volver por nuestros pasos y acercarnos a la capilla mudéjar que habíamos pasado de largo al estar cerrada. Finalmente nos acercamos a la capilla mudéjar, pagamos el euros y medio que cuesta la entrada y disfrutamos de los azulejos y pinturas de la capilla, pequeñita pero bien conservada y decorada del suelo al techo, hasta los azulejos del suelo habían sido restaurados, y también su lámpara de candil. Al lado de la capilla esta la facultad de filosofía, abierta el sábado por la mañana. Luego volvimos en busca de los baños califales. Como no había forma de encontrarlos en la plaza donde deberían estar, junto al Alcázar de los reyes cristianos, nos acercamos a información y turismo y nos dijeron que estaban ahí mismo y nosotras, bien, pero exactamente donde es aquí mismo porque llevamos dando vuelta alrededor un par de veces, así que nos dijeron que estaban bajando unas escaleras, la entrada a las escaleras cerca de una farmacia, y justo por ese lado no habíamos ido. Y ya que estábamos ahí, compramos la entrada para el Alcázar cristiano, si las compras para entrar a partir de las cuatro y media la puedes adquirirla con acceso al espectáculo nocturno de luz, sonido y agua. Yo no pensaba en el espectáculo pero como mi amiga quería y no era caro cogimos esa entrada. Tras la compra nos acercamos hacia la farmacia y ya, desde la farmacia, pudimos ver el cartel de los baños califales y las escaleras para bajar a ellos, si hubiera sido un perro nos hubiera mordido pero es que desde el lado donde dábamos vueltas no se veía el cartel, solo se veía desde la farmacia, y las escaleras pensábamos que daban a un parking como el de la plaza del pilar de Zaragoza. En fin, que pagamos la entrada a los baños (por muchas entradas que pagáramos Córdoba nos pareció baratísima en comparación con Barcelona o incluso Zaragoza). De los baños califales no queda mucho pero hay una serie de audiovisuales y luces que sirven para recrear el aspecto y la historia del lugar. Tras salir de los baños nos acercamos a las callejuelas de la mezquita y de ahí subir hasta la plaza de las tendillas, y tomar la calle hasta el ayuntamiento donde están los restos de un templo romano. Cuando llegamos ahí, frente a las columnas romanas elevándose tras unas verjas (eso es todo lo que se podía ver) había un termómetro marcando cuarenta y dos grados (y eso que es junio) y como cerca de ahí nos habían recomendado un sitio de tapas, pues de tapas que nos fuimos a comer. Cerca teníamos el Cristo de los faroles pero tras terminar de comer decidimos ir en dirección contraria hacia la plaza de la Corredera, muy al estilo de la plaza mayor de Madrid, toda de arcos y estilo cuadrangular. Y de ahí empezamos a callejear de nuevo, protegiéndonos del sol y disfrutando de las calles típicamente andaluzas de Córdoba hasta llegar a la posada del potro y su plaza. Tras las fotos de rigor seguimos caminando, esta vez hacia la mezquita, y por aquí pudimos ver muchas despedidas de solteros y solteras, además de parar a tomar algo. Tras llegar a la mezquita subimos por una calle paralela a la que subimos para ir de la mezquita al hotel y esta nos llevó al callejón de las flores. Haciendo honor a su nombre lo encontramos todo engalanado de flores en sus arcos de pared encalada de blanco, recorrimos el callejón hasta la fuente y pequeña placita y luego volvimos a recorrer el callejón para seguir subiendo la calle y descubrir que los baños árabes de santa María (de una casa privada) son un tablao flamenco, y que si para ver los baños hay que ver flamenco para turista, como que se lo dejamos para los japoneses, que eso lo disfrutan mucho. As que regresamos por donde habíamos venido y fuimos a cruzar el puente romano, dado que el día anterior fue llegar a la otra punta y volver, y no lo habíamos cruzado del todo. De esta manera disfrutamos de la vista de la ciudad, con la mezquita de Córdoba en lo más alto y el puente sobre el río con sus molinos a los lados. Esa foto, desde el otro lado del puente, es la postal típica de la ciudad. Dimos vuelta atrás sobre nuestros pasos y volvimos a cruzar el puente para dirigirnos hacia el molino junto al muro y de ahí hasta el Alcázar de los reyes cristianos. Los alcázares son pequeñitos, lo más grande que tiene son los jardines. La subida a la torre con sus espectaculares vistas de la ciudad desde lo alto vale la pena, tanto que no cabía ni un alfiler en lo alto de la torre de los turistas que había. Así que bajamos rápido y nos dirigimos hacia las salas del Alcázar, no sin antes bajar por las escaleras de caracol con tal velocidad que si hubiera habido un muro me lo hubiera tragado, los turistas que iban a subir se rieron tras mi salida triunfal de las escaleras. En fin, en las salas poco adornadas lo más llamativo son los mosaicos romanos que se conservan en las paredes, me recordaron Mérida (España), Pompeya (Italia) y Cartago (Túnez) por lo grandes y bien conservados. Bajando hasta los jardines hay una placa conmemorativa del cautiverio y alumbramiento de la reina de canaria en ese alcázar. Y cerca de esta placa hay un camino con algunos recodos para entrar a los baños árabes, de los baños solo quedan los arcos del techo y las figuras estrelladas en ellos pero la luz que le otorgan le dan un aspecto místico al lugar, es difícil imaginar ese lugar como unos baños pero fácil imaginar las figuras de luz que las estrellas creadas en los techos del baño arrojarían en el agua. Tras los baños pasamos al patio del Alcázar y de ahí a los jardines, que en comparación con la residencia del Alcázar son muchísimo mayores. Hay una fuente con mosaicos romanos en el fondo, que en el espectáculo nocturno se utiliza para contar la historia de la Córdoba romana, y también las figuras de los reyes católicos con Cristóbal colon, que se usan también en el espectáculo nocturno. Salimos de los jardines y marchamos corriendo al hotel para cargar las baterías de las cámaras, cuando estuve en Tokio se me olvidó comprar otra batería, hago siempre tantas fotos que necesito o dos cámaras o dos baterías, antes tenía dos baterías. En todo caso, a mi amiga le paso lo mismo, tantas fotos sin parar y el calor (cuarenta y dos grados) dejo muertas las baterías. Teníamos una hora hasta el comienzo del espectáculo a las diez, era el primer pase, todos duran una hora y te van llevando de un sitio a otro del Alcázar y los jardines contándote una época de su historia con la chica del espectáculo cambiando de ropa en función de la época y luego hacían un juego de luces, sonido y jugaban con el agua de las fuentes, así se repasó toda la historia de Córdoba: romanos, árabes, judíos, cristianos… la última visita es de las fuentes principales de los jardines con el Alcázar de fondo, y es una foto preciosa. Al salir buscamos donde cenar algo de tapeo, para no variar, y de ahí nos marchamos para ver el Cristo de los faroles, al día siguiente nos íbamos de Córdoba y lo habíamos dejado pendiente hasta que casi nos lo perdemos, así que pasamos la cuesta enchinada (con todos los dibujos en chinas, adornado de flores y bien iluminado) y nos metimos por un callejón oscuro que nos llevo a una plaza solitaria y oscura, solamente iluminada por los faroles que rodeaban al Cristo del mismo nombre. Mi amiga, un poco miedosa, quería salir de ahí enseguida, demasiado silencio y oscuridad para ella, así que las fotos salieron un poco movidas. Aún así valió la pena ir de noche, porque de día no hubiera tenido el mismo encanto y, por supuesto, no hubiera tenido ese juego de luces y oscuridad como a esas horas de la noche. Las murallas de la ciudad las vimos el domingo antes de coger el autobús a Medina Azhara y de lo planeado solo quedó el palacio de Vianna, pero se podría decir que no paramos en todo el día, así que tampoco lamentamos la visita.
Visita: Junio 2013
Mis imagenes: Pendientes
Información para viajar: Lugares Cordoba
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