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Diario 2015: Mexico - Sian Ka'an - dia 17

El penúltimo día en México, aunque bien podría considerarse el último pues el último salíamos a la una de la tarde del hotel, por lo que no teníamos planeada ninguna excursión en la mañana. Este tour fue una desilusión con respecto al guía, penoso, pero lo fue más para mí que para mis amigas porque yo había estado buscando tours por internet para seleccionar el que mejor comentarios tenía y luego nos toca un guía que no valía ni un céntimo. 

Afortunadamente el lugar sí que vale la pena, y fue un día completo de vistas hermosas. Durante nuestro recorrido inicial el guía que tuvimos se mostró encantado y asombrado de que visitáramos Sian kaan porque al parecer es muy bonito pero poco visitado por el turismo de rivera maya. En mi caso cuando organizo un viaje me releo las revistas de viajes que tengo en casa y leo los blog de viajeros, que me dan mucha más información y mucho más interesante que cualquier guía. En este caso la revista National Geographic Viajes y el blog Notas en mi libreta viajera, fueron los que me convencieron de que una visita a la reserva biosfera de Sian Ka’an era imprescindible. Sian Ka'an en maya significa la Puerta del Cielo, una reserva biosfera declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.


 



Llegamos a Tulum donde teníamos que coger una especie de camión para hacer los pocos, pero largos, kilómetros que nos llevarían hasta Punta Allen. Aquí nos encontramos que éramos las únicas que hablaban español y el resto eran todo franceses que habían contratado el viaje para conducir ellos mismos un jeep para hacer el viaje a Punta Allen. Debido a que usar el camión para solo tres personas el guía nos dijo que iríamos en jeep y que él conducía. No protestamos pero no es lo mismo ir en un camión abierto que dentro de un jeep que acabó con las ventanas tan manchadas de barro que el camino fue prácticamente un recorrido de vistas al barro y poco más. El caso es que cogimos el jeep y entramos en la reserva biosfera de Sian Ka’an con dirección punta Allen. Para hacer este viaje hay que estar bien de la espalda porque la carretera puede encontrarse llena de enormes baches y agujeros. Según nos comentó el guía, como esa zona es una reserva solo hay unas casas privadas no habitables todo el año, por lo que la carretera solo la arreglan una vez al año y a principios de diciembre ya estaba toda llena de agujeros y rocas, porque la carretera, al ser una reserva, es de tierra. En este día tuvimos relativa suerte con el tiempo, el día lo daban lluvioso pero en los momentos oportunos de la visita tuvimos sol, por lo que tuvimos relativa suerte. Lo cierto es que al poco de montar en el jeep y entrar en el camino de tierra de la reserva empezó a llover como llueve ahí, como si cayera el diluvio universal. Así que a los baches y agujeros en la tierra había que unirle la lluvia, que había estado cayendo con tanta intensidad que la carretera era un río pues los agujeros se había llenado de tanta agua que un charco parecía pequeño hasta que el jeep se hundía hasta el fondo y veías un lago de agua delante nuestro. A veces no sé si estábamos yendo por carreta en un jeep o por un río en una lancha. A los lados del camino había una frondosa selva, razón por la cual son escasos, pero preciados, los momentos en los que se puede ver el mar caribe bañando la selva, con hermosas palmeras verdes. La carretera a Punta Allen son unos sesenta kilómetros que nos tomaron tres horas y algo recorrer, pero teniendo en cuenta el estado de la carretera hubiera sido imposible hacerlo en menos, el único punto positivo de ir despacio es que pese a la lluvia y al barro manchando los cristales del jeep pudimos ver unas ruinas mayas que hacían de aduana de la laguna y también a un par de aves secando sus alas al sol. 



 


Antes de llegar a Punta Allen paramos en el puente que permite ver el mar caribe y la laguna, y que es la única zona antes de llegar a Punta Allen donde los manglares y la selva permiten ver el paisaje de la reserva de una forma más amplia. Al lado del puente hay un puente de madera en mal estado pero con unas vistas del manglar abriéndose paso con la selva hasta el mar, y al otro lado la vista de la laguna y los manglares. En la ida no vimos ningún animal pero a la vuelta paramos para ver a un cocodrilo escondido en los manglares, brillaban sus ojos amarillos entre las ramas de os manglares, y también algunos peces en la laguna. Tanto a la ida como a la vuelta cuando paramos no llovía, como decía justo cuando teníamos que estar a descubierto paraba de llover, por lo que aunque llovió con ganas nunca fue en momentos esenciales del viaje. Tras la parada en el puente continuamos el viaje hasta Punta Allen (y volvió la lluvia). Cuando llegamos a Punta Allen dejó de llover así que nos dirigimos hacia el muelle para coger la lancha con la que haríamos el recorrido más interesante. 


 

El muelle estaba entre los manglares y estos formaban un arco que nos llevaba directamente a la laguna, aquí nos montamos en la lancha y recorrimos algunas zonas de manglares, muy importantes para parar el avance del mar, y en los manglares vimos varias aves (ya sabéis que para los nombres soy muy mala). Yo ya había estado recorriendo los manglares en Langkawi, Malasia, y la verdad es que me decepcionó un poco que en la laguna no se entre más en los manglares, como en Malasia, pero supongo que es necesario no adentrarse mucho. El guía nos dijo que en el puente donde vimos el cocodrilo un chico joven iba borracho con sus amigos y se cayó al agua y el cocodrilo fue a por él y si no llega a ser por las cosas que le tiraron los amigos al cocodrilo no lo hubiera contado, así que entiendo que mejor ver a los animales de lejos. A la vuelta vimos pelícanos (de estos si me sé el nombre). 

 


Tras ver las aves salimos a mar abierto, lo que nos encantó porque la lancha iba saltando de ola en ola y el mar adquirió un tono verdoso impresionante, el cielo azul, el mar verde turquesa, otra vez recordé mi excursión a los manglares de Malasia, y es que el agua es de un color paradisíaco. Al principio no sabía que estábamos buscando porque el guía no contaba nada (como si no tuviéramos guía, la verdad) pero había varias lanchas y podíamos oír como entre ellos, aunque fueran de diversos tours se comunicaban si veían algo. Finalmente le preguntamos al lanchero que nos dijo que había una tortuga marina, así que finalmente conseguimos acercarnos a la tortuga, como casi siempre está bajo el agua hay que tener mucha paciencia y esperar hasta que por fin salen afuera del agua para respirar. Es un momento muy rápido pero son tan grandes y bonitas que vale la pena. Tras la vista de las tortugas y tras descubrir que nadie conseguía ver delfines nos fuimos hacia el arrecife para ver si se podía bucear, y digo que para ver si se podía bucear porque llevaban dos semanas que por las algas no se podía bucear porque no se vía nada. En realidad más que buceo es snorkel lo que se hace. Yo llevaba mis gafas pero si no te las prestan ahí, igual que me prestaron las aletas. Bajamos de la lancha (bueno, solo baje yo porque mis amigas pasan de meter la cabeza bajo el agua) y seguimos al guía para descubrir un pez gata y demás peces y corales. Si es cierto que el agua estaba un poco turbia pero solo ver el pez gato tan de cerca y con tanta claridad ya vale la pena. 

 

 

Tras el snorkel en el arrecife toca ir a la piscina natural a bañarnos. Debido a las algas no estaba muy convencida de cómo estaría la piscina pero lo cierto es que se encontraba en perfectas condiciones: arena blanca, agua azul cristalino, al fondo frondosa selva de palmeras verdes, algún pelicano nadando y un cielo de azul claro y despejado. Vamos, toda una postal del paraíso. La piscina natural apenas cubre medio metro por lo que no hay mucho que hacer más que relajarse en el agua clara y disfrutar del paisaje. No se puede acercar uno a la orilla porque había un mar de erizos, pero el tiempo pasó volando (aquí el guía se acercó para darnos un chupito de tequila, hablar no pero beber…). Antes de que nos diéramos cuenta nos tocaba volver, el tiempo había pasado volando, regresamos a la lancha para volver al embarcadero, el lanchero fue el mejor guía que tuvimos. Del embarcadero regresamos a Punta Allen para comer. 

 

 

Punta Allen resultó ser un pequeño pueblo de pescadores bastante asilado. Hay varias pequeñas casas repartidas entre caminos de tierra y palmeras. También junto al mar hay algún restaurante y una base militar de la marina. Nosotros comimos en el restaurante más cercano a la base militar que está en la misma playa, la pena es que las algas cubrían este año las playas, pero pese a las algas el paisaje de mar de azul verdoso y palmeras de brillante color verde nos dejan una postal en la retina (no puedo decir blanca arena pero si roja arena cubierta de algas) y las casas de madera. Mientras estaba disfrutando de descubrir este pequeño pueblo se puso a llover de nuevo así que toco regresar al jeep y tomar el camino de regreso.

 

En el camino de regreso paramos junto a una zona que tiene acceso a una playa de arena blanca y al otro lado una serie de manglares con barcas en la laguna. Es otro hueco entre selva y selva en el camino. La pena es que la playa estaba cubierta de algas y basura, y las algas pueden pasar, pero la basura (casi todo botellas de plástico) afean la reserva. También bajamos del jeep en el puente cuando vimos al cocodrilo y ya no volvimos a bajar hasta que llegamos a la puerta de salida de la biosfera. 


  En la puerta de salida de la biosfera. Ahí tuvimos que bajar porque el jeep de los franceses se había roto (sí, nuevamente se rompió un coche) y tenía todo el eje de la rueda torcido. El guía, que nos caía tan bien (modo irónico), hizo que subiéramos con él a ese jeep y condujo a veinte por hora mientras todo el mundo señalaba su rueda. Cuando salimos del camino a la carretera ya aparcó y llamó para que nos vinieran a buscar a todos, dado que no podía ir así por la carretera. Así que, mientras esperábamos junto a la selva, a un lado de la carretera, empezó a llover. Ya teníamos un día completo. Es increíble que nos pasara por segunda vez, dos días seguidos tiradas en la carretera. Esto ya era ser gafe. Y esperando se nos hizo de noche, así que otra vez vimos anochecer sobre la carretera, dejando que los mosquitos de la selva nos comieran mientras veíamos a los coches pasar sin poder hacer mucho más que reírnos (por no llorar) por quedarnos por segunda vez colgadas en carretera. Cuando llegamos al hotel estábamos tan echas polvo y destrozadas que fuimos a cenar y directas a la cama. Menos mal que al día siguiente nos íbamos porque otro día de madrugar no lo íbamos a soportar.

  

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