Tras visitar las cuevas y el Mar Caribe (paramos minimamente en una playa) fuimos de camino a Matanzas y tras ver la hermosa y larga bahía nos paramos en la plaza de la Vigía, una de las principales de Matanzas y el lugar donde se fundó la ciudad. Su nombre proviene de un antiguo fuerte, derribado en el año 1850, y que estaba situado muy cerca de allí para proteger la zona de ataques de piratas. En esta plaza se sitúan algunos de los edificios más importantes de la población. Por un lado está el Teatro Sauto, uno de los mejores del país y que cuenta con una inmejorable acústica, la mansión donde se sitúa Ediciones Vigía y el Cuartel de bomberos, el Palacio de Junco y el antiguo edificio de la aduana. Es la cuna del Danzón, el baile nacional de Cuba, y se la conoce con distintos nombres como "La Atenas de Cuba", "La Venecia cubana" o “La ciudad de los puentes”. Todas ellas se crean debido a sus ríos, sus innumerables puentes (veintidós actualmente) y a la cultura inicial de su población, de ahí que se conserven grandes y hermosos palacios, teatros, editoriales que otras ciudades no tenían. En esta plaza también se encuentra el Cuartel de los bomberos de Enrique Estrada que fue inaugurado en 1900 para albergar el cuerpo de bomberos de la ciudad, uno de los más galardonados y prestigiosos del municipio. El local estaba provisto de las últimas tecnologías de la época y contaba con varias estaciones telefónicas de avisos, carros de auxilio y diferentes fuentes distribuidas por la ciudad. Actualmente en el interior se conservan algunas joyas como la bomba "Matanzas", la primera que funcionó en la región y que fue adquirida en Nueva York en el año 1864. El sitio estaba casi cerrado pero pudimos entrever varios coches.
De aquí nos acercamos a uno de sus famosos puentes y luego continuamos hasta la Calle 83, una de las arterias principales de Matanzas que lleva a la Plaza de la Libertad. Justo en el centro se encuentra el Monumento a José Martí y a los pies del mismo podemos ver una escultura que está rompiendo unas cadenas. Aquí es donde podemos visitar el Museo Farmacéutico situado en una antigua botica. La entrada incluye una guía que explica detalladamente cada sala. En la visita estuvimos solo nosotras dos y nuestra guía. La farmacia fue inaugurada en el año 1882 gracias a las aportaciones del médico francés Ernest Triolet y el cubano Juan Fermín Figueroa, estuvo en funcionamiento hasta el año 1964, fecha en la que se convirtió en museo y conserva todos los muebles, decoración y artilugios originales. El museo consta de varias salas; la botica, la rebotica, la tienda, dos almacenes, el laboratorio y el patio. Empezamos la visita por la tienda que aún conserva todas las estanterías y vidrieras originales, allí pudimos ver una buena colección de medicamentos antiguos y botes de porcelana donde antiguamente se guardaban productos para elaborar las medicinas, destacan también dos grandes recipientes que cuentan con aproximadamente 100 años que se llaman el ojo del boticario porque el cristal de la botella permite al boticario ver toda la farmacia. Pasamos a la segunda sala, la rebotica, donde destaca una enorme mesa diseñada por el doctor Triolet, en ella se dispensaba antiguamente los medicamentos. Hoy en día podemos ver algunos artilugios que utilizaban para elaborar pastillas, supositorios y grageas, varios morteros y prensas. También tienen un antiguo teléfono, el libro de recetas abierto sobre la fecha del día de hoy pero de otro año. Seguimos la visita en los almacenes donde podemos encontrar antiguas jeringuillas, aparatos ginecológicos que parecen sacados de una película de terror, botellas, botes, máquinas y una de las mayores colecciones de libros farmacéuticos y recetarios con prescripciones antiguas de varios médicos de la ciudad. El laboratorio es otro de los lugares curiosos del museo, en él destaca una antigua nevera y una caja fuerte donde se guardaban medicamentos. Varias ollas, vasijas, cazuelas y fogones completan la sala. Para terminar la visita la guía nos subió a la primera planta donde se encontraba la vivienda del doctor Triolet, hoy en día se utiliza como tienda de arte y junto a las escaleras se puede ver la antigua bicicleta con la que se hacia el reparto de medicamentos. Una visita altamente recomendable si os gustan los lugares con historia donde se guardan muchísimos objetos muy buen cuidados que ya querrían varios museos.
De aquí la guía nos preguntó qué queríamos hacer porque ya sabéis que una vez se hace de noche a los cubanos no les gusta estar en la carretera, así que por nuestra parte podíamos volver, el conductor también quiso así que volvimos a la La Habana. Nos dejamos el subir a la Ermita de Monserrat y contemplar desde allí las vistas de la ciudad. Aquí la sociedad catalana de Matanzas inauguró esta ermita intentando imitar la original de Barcelona, A su alrededor cuatro figuras representan las cuatro provincias catalanas. Teniendo en cuenta esto no entiendo porque se toman tan a pecho lo del esclavismo de los españoles si la gran mayoría de los esclavistas de Cuba eran catalanes. Desde lo alto de este mirador se divisa por un lado la bahía de Matanzas y hacia el otro el Valle del Yumurí. La vista de la bahía la disfrutamos subiendo a las cuevas de Bellamar así que cuando tuvimos que decir qué sacrificábamos del viaje, sin duda fue la subida a la ermita, sobre todo después de haber entrado a las cuevas. Por supuesto, si la guía del castillo no se hubiera enrollado tanto nos habría dado tiempo a todo, pero nos daba cosa cortarla y decirle “miré la visita de quince minutos nos ha llevado más de una hora ¿sabe que no vivimos aquí?”, en fin, la educación nos permitía cortarla por lo que nos quedamos sin mirador de la ermita. Pero pudimos ve todo lo demás y nos gustó cada una de las cosas, por lo que fue una excursión muy satisfactoria.
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