De Cienfuegos nos dirigimos a Trinidad, una ciudad que a mí me gustó mucho. No hacía más que salirme el nombre de Trujillo pero es que mi inconsciente relacionaba Trinidad con Trujillo de Perú por sus casas de estilo colonial, con el enrejado en sus ventanas y sus paredes de colores, y con sus calles empedradas. Por supuesto Trinidad está mejor conservada que La Habana que es muy grande, por eso las casas de alquiler que vimos por aquí parecía que estaban bastante bien, hasta nuestro hotel fue una maravilla de lujo estilo colonial (no tenía ni wifi ni ascensor pero estaba limpio y con el encanto que tienen las casas coloniales de Trinidad). Aquí es donde el guía nos identificó que significaban esos carteles con una especie de ancla, a veces rojos y otras veces azul. Son los símbolos para identificar las casas y lugares con habitaciones de alquiler, símbolo rojo para nacionales y azul para extranjeros. Trinidad sería nuestra sede para pasar dos días por el parque nacional Tope de Collantes, lo que no esperaba era llegar tan pronto en la tarde (como el circuito resulto ser nosotras dos, el conductor y el guía, pues llegamos mucho antes que un circuito de varias personas), pero eso nos permitió ver la ciudad por libre y disfrutar de su anochecer. Y ya sabéis que nos gusta combinar visitas con guía con visitar por libre.
Trinidad es Patrimonio Mundial por la Unesco desde 1988, entre sus laberintos de calles con casas de colores la vida pasa con calma y las guitarras suenan en un compás lento. Sí, Trinidad no deja atrás el amor de los cubanos por la música, aunque aquí son menos pesados, te hacen disfrutar mucho más del viaje, aquí han entendido que no por acosar al turista van a conseguir ganar más. En la recepción del hotel pedimos un plano, ya que nuestro alojamiento no estaba en pleno centro histórico, pero la fotocopia casi sin tinta que nos dieron no fue muy útil ni necesaria, afortunadamente. Dejamos el hotel que estaba junto a una de las plazas de la ciudad que tiene conexión wifi, y nos dirigimos hacia el casco histórico de la ciudad. Para ello pasamos por sus calles, donde es muy fácil no perderse dado que tienen una estructura organizada de calles perpendicular y paralelas. Uno puede acabar girando en la calle que no es, pero no se puede perder por otro motivo más que ese (y que de noche hay muy poca luz y toca usar la linterna del móvil). Aparte de a Trujillo (Perú) también me recordó, con sus casas, calles y restaurantes, a San Cristóbal de las Casas en México. Y por fin empecé a disfrutar de Cuba. Como decía dejamos a tras el parque Céspedes; la plaza donde podías conseguir wifi y donde se encontraba la iglesia de Paula (y es que esta fue la ciudad donde más iglesias católicas encontramos) y nos dirigimos hacia la plaza mayor. Pasear por las calles empedradas de Trinidad, subir sus cuestas y ver sus casas con ventanales enrejados y jaulas colgadas de sus fachadas es algo muy recomendable y que uno no debe dejar de hacer cuando esté en esta ciudad. Escuchar a los coches de caballos (para turistas) pasar es viajar en el tiempo. La de veces que le dije a mi amiga que ahí me veía yo con mis trajes de recreación. Lo de las jaula con aves en las fachadas de las casas viene de antiguo, el guía nos lo explico pero la verdad es que no lo retuve (nuestro guía chino-cubano hablaba muy bajito), así que no so puedo contar el porqué de esta tradición de adornar las fachadas de las casas con pájaros en jaulas de madera o hierro.
En la plaza Mayor nos encontramos con la Iglesia de la Santísima Trinidad, en teoría la visitábamos por dentro con el guía pero al final resultó que estaba cerrada y solo abrían el domingo, así que no pudimos verla. Aquí subimos unas escaleras de piedra que dan a la plaza (como si fuera la plaza de España de Roma) donde estratégicamente habían puesto mesas y sillas y los turistas se sentaban a beber algo disfrutando de las vistas de la ciudad desde más altura. Al terminar de subir las escaleras te encuentras con la casa de la Música, tendrás música en vivo y ve instrumentos musicales de otras épocas, o nos interesó pagar para entrar así que bajamos las escaleras para ir caminando hasta el antiguo convento de San Francisco de Asís que hoy se ha convertido en el Museo de la Lucha contra Bandidos, creo que los aficionados a las armas de otras épocas estarán encantados con todos los museos que hay por Cuba donde guardan las armas de la revolución como si fueran de hace siglos. No es que fuera lo que más nos llamó la atención pero el precio vale la pena solo por subir a la torre del convento, con unas increíbles vistas del mar, las montañas de la Sierra de Escambray y la ciudad de Trinidad. Después de maravillarnos con las vistas volvimos a la plaza mayor con sus palmeras y sus galgos (figuras que dan acceso a la plaza ajardinada y vallada) en busca de algunos de los museos que ahí se ubican.
Resulta que las casas de Trinidad están reconvertidas en “museos” o en casas/habitaciones de alquiler u hoteles. El problema en Cuba es que no ponen letreros a los edificios por lo que ya estábamos decididas a desistir de encontrar alguno de los dos supuestos museos que estaban en la plaza cuando un hombre sentado frente a una casa nos dijo “el museo de Arquitectura Colonial, ¿quieren verlo?”. Y nosotras justamente diciendo “Pues ese estábamos buscando”. El precio es barato, pero teniendo en cuenta que los museos de ahí son solo casas donde han almacenado lo antiguo, pues tampoco pueden pedir más por entrar. Según dijo el hombre que la enseñaba (a otros turistas sudamericanos que entraron tras nosotras, que a nosotras españolas no), esta era la casa de un negrero catalán. Es una casa de planta baja que mantienen abierta y con muebles de la época. Se conservaba tal cual, incluso con las dependencias de aseo, ducha y wáter en el jardín, donde la ducha era de lo más moderno en la época en la que se puso, así como el wáter de porcelana, la cocina, apenas mantenida, y el jardín donde se mostraba un rudo cepo en el que se inmovilizaba a los negros como castigo. El hombre les dijo a los otros que los agarraban de las manos y los pies, pero en Matanzas otra guía dijo que de la cabeza. Igual a los esclavistas les daba igual como retenerlos. Una vez salimos decidimos volver a subir las escaleras que hay junto a la casa de los conspiradores (una preciosa casa con su fachada bien conservada y rodeada de preciosas flores y enredaderas) y tomarnos una piña colada (yo casi no la probé porque descubrí que no me gusta nada). Y desde ahí estuvimos, como el resto de turistas, disfrutando del anochecer sobre la ciudad. Luego tuvimos que volver corriendo y con la linterna del móvil hasta nuestro hotel.
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