Pasando las praderas verdes cambiamos de país sin darnos cuenta. Letonia también es llana y verde, esta lloviznando cuando llegamos al palacio de Rúndale. Para entrar hay que pasar un riachuelo y anda un camino recto yermo. Ya pasada la puerta principal el edificio tiene una forma de palacio, no es muy grande. La entrada supone llevar patucos, como en los palacios rusos pero las salas están peor o menos restauradas por lo que la visita del interior no resulta tan sorprendente. Aquí residieron los duques de Curlandia y los más resaltable es su salón de baile. Lo mejor es el jardín, que se visita con entrada aparte, que dan colorido al lugar en el día gris de septiembre.
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