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Diario 2015: Belgica - Ostende - dia 3

Tras trasnochar por el baile nos levantamos nuevamente a las siete de la mañana para coger el tren a Ostend/Oostende (la vida de turista es así de dura). Este día estaba programado Ostende y Amberes pero al final el agotamiento hizo mella en nosotras y acabamos regresando de Ostende a Bruselas, dejando Amberes por perdido. Pero empezando por el principio, nos levantamos y cogimos el tren a Ostende, nada más llegar como era muy pronto y junto al mar hacía un viento helador buscamos un café donde desayunar y meternos algo caliente al cuerpo. Frente a la estación de tren y el puerto deportivo estaba la catedral de Ostende, y ahí al lado varios cafés. Entramos en uno que cuando nos dieron el café con leche que habíamos pedido pensamos que nos iba a costar un ojo de la cara pero no fue para nada caro y eso que nos lo dieron en una bandejita con leche, terrones de azúcar, pastas de té, y crema con nata. 


 
 
 
 
 
 

Ya con el cuerpo calentito por el café con leche nos dirigimos hacia la estación del tranvía, localizamos la dirección correcta y solo quedaba coger las entradas. Había leído que cogiendo ahí la entrada al museo Atlantic Wall salía más barato el precio, y el hombre de ventanilla así nos lo confirmo. Nos lo explicó absolutamente todo, solo se dejó un pequeño detalle, que para él no era importante pero para nosotras sí. El tranvía en Zaragoza para en todas las paradas, haya o no haya gente. Resulta que en Ostende el tranvía es como un bus urbano de Zaragoza, solo para sí pulsas el botón de parada o hay gente. Como esto no lo sabíamos cogimos el tranvía, fuimos contando las paradas (no había letrero dentro del tranvía para saber en qué parada estábamos) y al final nos bajamos una parada más allá de la que correspondía (al bajar vimos el letrero de la parada).

 
 
 
 
 

Así que tuvimos que cruzar y esperar a que viniera el siguiente tranvía, y ya aprendida la lección casi nada más subir le dimos al botón de parada para que en la siguiente parada se detuviera. Salimos del tranvía y excepto una mujer sola delante nuestro no había más gente. Había leído que teníamos que subir unas escaleras para cruzar las dunas y dejar atrás la playa, así que fuimos caminando junto a los montículos de dunas hasta encontrar las escaleras. No hay ningún cartel que te guía así que es una suerte que hubiera mirado antes como llegar al museo. 

 
 
 
 
 

Mientras caminábamos disfrutábamos de la playa, la arena blanca y el color del mar, el único inconveniente era el aire helador que venía del mismo. Encontramos las escaleras, y las subimos y bajamos (tras Luxemburgo ya había práctica en eso de subir y bajar), y seguimos a la mujer solitaria (girar a la derecha). No había ningún cartel ni nadie a quien preguntar pero si esa mujer no iba al museo ya nos daríamos cuenta. Finalmente conseguimos llegar al museo, que estaba más alejado de lo que esperaba. En la entrada nos comentaron que aparte del Atlantic Wall Museum también entraba en el ticket el museo año 1465, pero que cerraba a las dos. Bueno, nosotras entendimos que cerraba a las dos pero la realidad era que abría a las dos y cerraba a las cinco, el dormir poco y el cansancio no ayudan. Comenzamos el museo escuchando el audio guía en inglés (no hay español) pero no tardamos en dejarlo de lado, mi amiga sabía cosillas de armas y sobre los bunkers, y solo la experiencia de disfrutar del lugar y vivir la historia era suficiente. Había bastantes turistas alemanes, lo cual no es de extrañar dado que todo el museo está lleno de armamento, medallas, uniformes, aprovisionamiento, etc del ejército alemán de la época. 

 
 
 
 
 

Un aficionado de la II Guerra Mundial se lo pasaría en grande en ese museo, que es enorme y conserva un montón de elementos y guarda hasta el último detalle. En mi caso lo disfruté igualmente pues no se puede andar por las trincheras, o los bunkers, o sentir el frío helador de la costa desde las alambradas sin sentir el momento histórico de lo ocurrido. Además en esta época del año se veían las amapolas entre los alambres de las trincheras; tan nostálgico. Sabiendo que no usábamos el audio guía y que una no es una fanática de las armas o de la Guerra Mundial nos pasamos tres horas y pico dentro del museo. Es realmente enorme. Tras finalizar el recorrido del museo nos dirigimos por el camino natural al museo del año 1465. Habíamos entendido mal así que pensábamos que estaba cerrado pero acercarnos y echar un vistazo no nos costaba nada y hasta ahí es un pequeño paseo natural creado para que el turista camino o vaya en bicicleta. 

 
 
 
 
 
 
 

Antes de llegar al museo encontramos un restaurante y dudamos si entrar a comer, pero decidimos continuar, y cual fue nuestra agradable sorpresa al ver que entendimos mal y que el museo abría a las dos (solo quedaban cinco minutos de espera). Como había gente hicimos el recorrido de las casas al revés, para no encontrar a tanta gente, y esta vez sí escuchamos la audio guía en inglés. El lugar se levanta donde estuvo un poblado en esa misma época pero todo lo que se puede ver son reproducciones dado que el lugar fue asolado en un incendio. No se puede comprar pero aun así es un museo interesante que visitar, puedes entrar dentro de las casas, subir a la parte de arriba, y observar todo como si todavía vivieran sus habitantes. 

 
 
 
 
 
 

Así se nos pasó otra hora de museo. Al regresar sorbe nuestros pasos paramos en el restaurante, dudábamos de que siendo pasadas las tres de la tarde (y siendo Bélgica y no España) nos dieran de comer, pero sí que nos dieron; una deliciosa lasaña calentita. Tras comer y descansar volvimos hacia atrás nuestros pasos para coger el tranvía y de ahí coger el tren a Bruselas, pero tuvimos la mala suerte de perder por segundos el tren y, aunque normalmente hay varios, las vías estuvieron cortadas dos hora, así que tuvimos que esperar dos horas en Ostende hasta poder coger el tren a Bruselas. Por todo ello al final Amberes quedó tachado de la lista de visitas. 

 

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