Este es uno de los monumentos arquitectónicos que entran dentro del boleto turístico comentado antes. Se encuentra en las afueras de Cuzco, subiendo una de las montañas que rodean la ciudad, a unos kilómetros. Cuando uno va a entrar no ve nada pero en cuanto se pasa de la entrada de arboles (como en Raquchi) se abre una gran explanada de pasto verde y unas piedras enormes y grises aparecen enmarcadas por el cielo azul. Como está elevado y sin ningún refugio, el aire corre libremente por esta zona, desde aquí se puede ver un Cristo de color blanco, como el de Brasil, que fue regalo de Israel a la ciudad de Cuzco.
Uno puede encontrar alguna llama pastoreando pero principalmente es todo campo abierto, donde uno ve dos estructuras. A la izquierda una estructura posicionada en un pequeño montículo, de piedras no talladas, más oscuras y pequeñas que la otra estructura, son como terrazas con pequeños muros simétricos hasta llegar a la cima del montículo. Enfrente de esta está el recinto más visitado, con forma de edificio inacabado, ya que aparte de los muros y cimientos que son enormes rocas (más grandes que el tamaño de una persona), también se ven las puertas, ventanas, y escaleras en vez de terrazas escalonadas.
Los muros de esta estructura son piedras trapezoidales enormes que van en forma de zigzag en tres plataformas. Se puede ver, como en la ciudad de Cuzco, que no hay ni un solo espacio entre piedra y piedra, y que parecen metidas a presión. También se puede visualizar como es la parte inferior de algo que fue mucho más grande, porque hay puertas inacabadas y espacios vacíos. Seguramente las piedras fueron tomadas para construir otros edificios como pasa en todas las culturas. Estas piedras, aunque son de la tonalidad gris típica de las construcciones incas, y son de una altura impresionante, no presentan el tallado pulido de los templos más importantes de los incas.
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