Comenzamos el último treking del viaje, aunque todavía nos quedaban un par de días en Groenlandia, pero los pronósticos del tiempo auguraban fuertes vientos, y como pudimos ver y oír por la tarde, los pronósticos eran acertados. Así que, como todos los días, nos levantamos pronto y salimos del albergue camino a la montaña. Fuimos caminando junto al río de agua cristalina, limpia de cualquier contaminación, y junto a playas de piedras llegamos a un lago alimentado de varias cascadas de agua que caen de lo alto de las montañas. El lago estaba tranquilo y suave, como una playa, pero mientras esperamos a que unas vacas (algo poco común en Groenlandia) bajaran de la montaña y se liberará el camino que debíamos tomar para ir al plató, se levantó el aire y formó olas en el lago como si fuera el mar. Nos llamó la atención con qué rapidez pasó de un agua tranquila a un mar de olas. Una vez bajaron todas las vacas comenzamos la subida hasta el plató donde está el mirador.
Cuando te vas acercando al plató se empieza a distinguir entre el verde de la montaña los tonos azules de los fiordos, así que desde arriba del plató disfrutamos de las vistas de los fiordos de Erik así como el fiordo Qooroq. El Glaciar Qooroq se podía ver a un lado, el color del agua dejaba ver hasta donde había llegado el glaciar y como había ido desapareciendo, formando ahora un cúmulo de colores en el agua (marrones, verdes, azules, blancos), y el hielo al fondo mostrando el inicio del glaciar. Al otro lado de la montaña encontrábamos el fiordo de Erik, las montañas al fondo grises, apenas visibles, que demostraban el mal tiempo que hacía en el otro lado del fiordo, (suerte que el día anterior habíamos cruzado la costa) y el agua de un claro color verdoso con pequeños icebergs flotando. Como el viento seguía soplando con fuerza nos resguardamos tras unas rocas, bajando del plató, y comimos con vistas al fiordo.
Luego regresamos por el mismo camino, pero como era pronto y en el valle, resguardado por las montañas, no hacía tanto viento, aprovechamos para parar y pescar en las cristalinas aguas del río. Miguel nos enseñó a poner los anzuelos y a lanzar la caña, y durante un rato nos entretuvimos pescando, algunos peces picaron pero se escaparon, y al final solo volvimos con una trucha de buen tamaño. Yo solo pesqué alguna que otra alga, pero fue divertido. Y de vez en cuanto, cuando enredábamos el hilo, íbamos como niños a una compañera a que nos desenredada la caña. Al final de la tarde marchamos hacia el albergue.
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