Nos levantamos y la vista es un poco triste; está lloviendo y el día ha amanecido gris. El itinerario del día consiste en un trekking de 17 kilómetros hasta el collado del Eqaluritsist para ver el fiordo, pasando por la bahía para ver la playa con los icebergs varados. Comenzamos el recorrido bajo una ligera lluvia, campo arriba, campo abajo, cruzamos ríos, montañas y ovejas pastando que de vez en cuando se dejan oír, aunque habitualmente solo se oye el ruido de la lluvia al caer. El paisaje con sus ondulaciones y hoyos verdes, sus ovejas, su lluvia y su niebla, me recuerdan a Escocia.
En lo alto de un collado (no al que nos dirigimos, pasamos por varios collados hasta llegar al Eqaluritsist) hay unas pocas ruinas de casas vikingas. La vista, como en la otra población, es espectacular. Los vikingos sabían elegir el lugar de su vivienda. Desde lo alto del collado a los pies de la verde montaña está el mar repleto de icebergs. Bajando del collado llegamos a la playa y vislumbramos la bahía donde hay cientos de icebergs varados que dejan a los pocos que vimos ayer en una miseria. Los tenemos de todos los tamaños y colores, formas divertidas o sin forma. Hielo transparente, hielo blanco, hielo azul, hielo negro. Los icebergs negros son debido a la tierra de las morreras que arrastran con ellos, y los azules eléctricos debido al agua que se introduce dentro de ellos. Estamos nosotros solos en una playa de piedra rojiza cubierta de cientos de icebergs y otros tantos más en el agua; es como un gran museo. Y otra vez, como niños, corremos de iceberg en iceberg, escondiéndonos entre el hielo, buscando el más bonito, el más curioso, subiendo a los que parecían caballitos, trineos, etc.
Después de recorrer toda la playa subimos collado tras collado, la niebla cada vez es más densa así que no nos separamos mucho y seguimos subiendo para intentar ver el fiordo desde lo alto del collado de Eqaluritsist, pero al llegar arriba del collado la niebla persiste y apenas podemos ver el fiordo al otro lado. Nos quedamos parados desde lo alto esperando que la niebla se marche y nos deje ver al fondo el inlanis pero no hay suerte esta vez, lo que es una pequeña desilusión. Desde que hemos comenzado a andar no ha parado de llover y cada vez llueve más fuerte, así que bajamos el collado. La bajada nos muestra una niebla baja y al fondo los azules icebergs, por lo que al menos el paisaje merece la pena aunque sea solo la bajada del collado.
Nos dirigimos hacia una cabaña abandonada donde encontramos refugio para comer, la cabaña está como incendiada pro dentro pero nos sirve para guarecernos de la incesante lluvia que lleva todo el día persiguiéndonos. Después de comer no esperamos mucho para salir dado que cada vez llueve más en vez de menos. Así que comenzamos el camino de regreso, dejando atrás la bahía y sus icebergs. La pena del día fue que no dejó de llover y al final, pese a las capas de agua y la ropa impermeable llegamos todos más que mojados a la granja de Jorginne. Por la noche Jorginne nos preparará un dulce típico groenlandés que se hace con la raíz de no sé qué planta y que tiene un color rojizo, pero yo prefiero los postres más dulces que ese, aunque sabía bien. También, en unas de estas noches con sol (hay que recordar que en Julio hay unas veinte horas de luz solar) Jorginne nos toca un teclado que hay en el salón y nos canta en groenlandés mientras la escuchamos desde los sofás, suena como música de iglesia.
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