El viaje comienza de verdad cuando cogemos el avión en Copenhague con destino a Narsarsuaq. Curiosamente en el aeropuerto de Copenhague no me hacen quitarme las botas, al contrario que en otros aeropuertos de Europa, como el de Madrid. En la puerta de embarque es muy fácil distinguir entre los daneses, los inuits (esquimales, pero no les gusta que les llamen así porque suelen tomarlo como una forma despectiva de llamarlos) y el resto. Una vez en el avión, pese a facturar juntas (la compañera de viaje que conocí en Madrid y yo) nos sientan en sitios diferentes. Mientras esperamos a que el avión se llene para preguntar si es posible cambiarnos de sitio un danés nos oye hablar y nos felicita por el fútbol, y nos da una pequeña charla de lo bien que juega España, el hombre muy emocionado hablando de fútbol. Al final nos cambiamos hacia la zona del medio, donde las puertas de emergencia, y estamos una media hora más esperando a que la azafata, muy amablemente, organice el avión moviendo a la gente de sitio para que el avión este equilibrado.
El avión es grande pero viajamos muy poquita gente en él, y a casi todos nos habían colocado delante. Delante nuestro sientan a un hombre mayor que es un médico francés jubilado que vive cerca de la zona fronteriza con Suiza y que va todos los veranos para ejercer de médico y aprovechar para pescar. Nos comenta que vamos a ver una pequeña zona del sur pero que el norte es muy turístico (algo que ya sabía, pero no me fue posible cuadrar las vacaciones para ver el norte). Después de unas cuatro horas y pico de vuelo nos acercamos a Groenlandia, el médico que ya ha hecho el viaje varias veces nos avisa para que miremos por la ventanilla, pero por desgracia el cielo está nublado y no se puede ver desde arriba. Tampoco podemos ver bien Islandia cuando pasamos por encima. Si ya lo había visto yo en internet antes de salir de España; mal tiempo nos esperaba por Groenlandia. Aun así, a medida que vamos bajando, y atravesamos las densas nubes blancas, comenzamos a ver la nieve de los picos de las montañas. Es increíble cómo se funde el blanco de las nubes con el blanco de la nieve. Y Así, poco a poco, vamos atravesando todas las nubes y comienzan a distinguirse las montañas, los icebergs, y el agua del mar con un rico color azulado. Sin duda el viaje vale la pena solo por las vistas desde el avión al aterrizar.
La llegada a Groenlandia en el vuelo es impresionante, con la nariz pegada a la ventanilla, como niños pequeños frente a un escaparate de golosinas, disfrutamos de la vista de los fiordos, las barquitas, las montañas y el mar repleto de icebergs, todo de un vivido color (y eso que estaba nublado y el sol no se dejaba ver). Notamos que el avión saca el tren de aterrizaje pero, mientras, yo solo veo agua y más agua, ¿vamos a aterrizar en el agua? Al frente, que no la veo por las alas, está la pista de aterrizaje del aeropuerto de Narsarsuaq, no lo sabía pero me dijeron que es uno de los más peligrosos, al parecer la pista es muy corta, pero los pilotos de Air Greenland son muy experimentados y descienden sin problemas sobre la pista, y no sobre el agua como empezaba a temer. No había bajado del avión y ya solo la vista desde el mismo me animaba a considerar el viaje como satisfecho. Es una vista impresionante.
Bajando del avión hay que ir andando por la pista hasta el aeropuerto de Narsarsuaq, que es una pequeña casita azul. Cuando entramos en la misma nos hacen salir a todos de la habitación donde están las cintas para las maletas, sin explicarnos nada, y sin saber qué pasa con nuestro equipaje. Ahí en la salida están esperando Ricardo y Miguel, nuestros guías, a los que no reconocí porque estaba más preocupada por el equipaje que por otra cosa. Nos comentan que si nos han hecho salir a todos es porque van a pasar los perros por el equipaje. Luego ya nos dejaran entrar a por los bultos. Mientras esperamos conocemos a nuestros dos compañeros de viaje, los que cuando estábamos en la puerta de embarque ya supusimos que debían ser ellos (por su aspecto ni danés ni inuit). Por lo que para pasar el rato echamos un ojo a la tienda del aeropuerto y poco más, dado que no hay mucho más que ver en el aeropuerto. Cuando ya tenemos el equipaje vamos a la casita del Blue Ice que es tienda de souvenirs y cafetería. Es la tienda donde más variedad de souvenirs pude ver, así que recomiendo que si se quiere traer un recuerdo y solo se visita el sur, se aproveche y se eche un ojo ahí. Al lado está el museo, que es un pequeño popurrí de cosas, el día de regreso estuvimos visitándolo. Ricardo y Miguel nos explican el viaje. Debido al tiempo, que va a ser regular, hay que cambiar el itinerario del viaje. Ya lo puse antes de irme, que podía haber cambios según la climatología, y eso es lo que ocurrió. Mientras unos van al supermercado a comprar un par de bocadillos para comer otros vamos hacia el hotel.
El pueblo de Narsarsuaq no es muy grande. Hay una carretera asfaltada por donde se camina de un sitio a otro. Hay pocas casas y además están distanciadas entre sí, el suelo es del estado danés y hay que pedir una concesión para construir tu casa, pero puedes construirla donde quieras, eso sí la pagas tú, trayendo los materiales del continente, y la mano de obra especializada, es decir, que aunque no tengas que comprar el terreno tampoco te sale barato hacerte una casa ahí. Comenzamos a caminar hacia el hotel donde en la cafetería del mismo nos tomaremos los bocadillos, mientras espantamos a los mosquitos, que en Julio son muchos y pesados por Groenlandia (nadie lo podría imaginar). Mientras, vemos bicicletas junto a las casas, sin ninguna seguridad, ahí no hay problema de robos. En un lateral hay unas cornamentas de caribú y haciendo tiempo para que lleguen los del supermercado nos entretenemos fotografiándolas desde todos los ángulos. En la puerta del hotel hay un autobús al aeropuerto, que resulta curioso porque andando no se encuentra demasiado lejos del mismo y tampoco parece que sea un transporte muy usado. El día de regreso pudimos ver a la tripulación del avión ir caminando por la carretera del hotel hasta el aeropuerto. El hotel tiene una tienda de souvenirs, pero tampoco es gran cosa, si acaso para lo que es compra de postales. También te puedes conectar a internet pagando por minutos. En Narsarsuaq no hay mucho que hacer, básicamente es nuestro lugar de partida, de paso y de regreso (digamos que el centro de operaciones).
Después de comer caminamos hacia el embarcadero para tomar nuestro barco hacia Qassiarsuq. Por el camino se pone a llover, aunque andamos a paso lento para disfrutar de la vista de los icebergs con su intenso color azul sobre el claro color grisáceo que el agua ha tomado debido a la ausencia de sol. Para cuando llegamos al barco ya llueve con ganas y no tenemos otra alternativa mejor que ir dentro de la cabina, por lo que solo podemos vislumbrar los icebergs y el fiordo de Erik El Rojo a través de los cristales mojados, a menos que alguno se atreva a salir y empaparse, lo que al comenzar nuestro viaje a nadie nos apetece. El piloto del barco, un inuit, también le gusta el fútbol y se emociona al hablar de ello pero a las chicas nos ignora un poco.
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