Llegamos a Bellum lo justo para cenar e ir a dormir. El hotel está rodeado de la selva pero al lado de la carretera por lo que por la noche el ruido no dejaba dormir, aunque no conseguimos saber si era el ruido de los coches que salían tras los elefantes o el ruido de los árboles siendo talados (según el guía no puede talar los árboles de día).
Al día siguiente teníamos una excursión con los guías del hotel por la selva de Bellum, se sumo una pareja alemán que también estaba en el hotel, así que aun fuimos más europeos. Todos íbamos con pantalón largo, manga larga y calcetines sobre los pantalones. No es que hiciera frío, todo lo contrario, el calor era extremadamente pegajoso, pero el guía nos había advertido que las sanguijuelas. Incluso él iba con pantalón largo y calcetines sobre los pantalones. Yo, que no soporto a los bichos de ningún tipo, me puse mis bolsas de plástico sobre los calcetines y dentro de la bota, el plástico nunca gusta a esos bichos por resbaladizo, y lo cierto es que no tuve ninguna subiendo por mis piernas.
La selva de Bellum está rodeada por un gran lago por lo que todo el camino lo haríamos en lancha. La primera parada era ver la raflesia, una flor de la selva de hasta 11 kilos que es la flor más grande del mundo y se llama Rafflesia arnoldi. Son inconfundibles por su color rojizo y por su olor fétido, para atraer insectos y moscas. Aunque para observarlas hay que tener algo de suerte ya que florecen cada varios años. Cuando nosotros llegamos la flor ya había muerto y las otras todavía no habían florecido, aun así, con la pena de no ver la roja y grande flor raflesia, aceptamos hacer el camino para ver la flor muerta, lo que al final fue un acierto.
La lancha nos cercó a la costa, si de lejos parecía que los arboles crecían directamente del agua, de cerca se podía dar crédito a esa idea. La lancha encontró un recodo metido entre arboles donde parar y que subiéramos a tierra, el camino no se veía, así que teníamos que seguir a los guías entre árboles y plantas, resbalando por el barro y las raíces que sobresalían junto con las lianas. El camino, aunque corto, fue difícil debido a que era andar buscando el mejor lugar donde poner el pie o donde agarrarse a una rama porque no había camino marcado. La francesa se cayó y afortunadamente uno de los guías pudo sujetarla antes de que siguiera resbalando por el barro, no habría ido muy lejos por las plantas y los altos arboles pero se podía haber hecho mucho daño.
Cuando llegamos a un lugar más libre de arboles, sin agobio de estar rodeado de vegetación y con algo más de espacio para que entraran dos personas (cosa antes imposible), empezamos a ver bulbos de raflesia. Las flores estaban creciendo y eran como balones de color salmón y negro, y del tamaño de una pelota. Un poco más lejos había más bulbos junto con una raflesia ya muerta. La inflorescencia de la Raflesia está compuesta por 5 lóbulos de color rojizo-marrón,que solo se mantienen abiertos durante unos 5 a 7 días, esta raflesia al estar muerta estaba completamente negra y algo arrugada, pero conservaba su tamaño y forma, que abarcaba mis brazos. Tras la visita bajamos por un camino ya creado hasta otra zona más accesible donde esperaba la lancha. Aquí tomamos un largo camino en lancha viendo la selva de Bellum esperando ver algún elefante (aunque se suelen ver de noche y en el hotel podías contractar excursiones para buscarlos y verlos), por mi parte disfrute del viaje con el paisaje de la selva desde el agua: impresionante.
De esta forma llegamos hasta uno de los poblamos de los orang asli en Bellum. Ya hable de los nativos orang asli, y hay varias zonas de selva donde encontrarlos, cada uno diferente según la zona. El día anterior antes de llegar a Bellum el guía nos paró en un supermercado para que compráramos lapiceros y dulces para los niños del poblado que estaban esperando nuestra visita. Mientras nosotros curioseábamos por el poblado y sus casas (por hacer algo) ellos estaban sentados en la zona comunal, sin relacionarse hi hacer nada. Tras la visita al poblado salimos en la lancha para hacer otro intento más de ver elefantes (me canse de oír a los malayos hablar de elefantes pero yo no vi ninguno en mis casi dos semanas en el país), si es cierto que el lugar al que fuimos había habido elefantes y así lo evidenciaban las deposiciones grandes que un elefante había dejado. Y es que por lo que contó el guía hasta esa zona de la selva van los elefantes a hacer sus deposiciones. Lo mejor del recorrido fue el paseo por la selva, aunque los arboles (tan altos y juntos que no dejaban que el sol llegara a donde estábamos nosotros) estaban más espaciados y el camino fue más sencillo que el primer recorrido.
De nuevo en la lancha marchamos al campamento base donde comeríamos un picnic hecho por el hotel y podríamos tomar un camino hasta una cascada. La entrada al campamento base es a través de la desembocadura de un río (el agua de la cascada va cayendo hasta llegar al lago), ahí en la desembocadura paró la lancha y tomamos el camino hasta el campamento mientras podíamos ver el agua correr hacia abajo, árboles tan grandes que se necesitaron cinco personas para rodear el tronco (lo comprobamos), y muchos animales invertebrados que ni me molesté en aprender su nombre (yo y los bichos, es algo que no puedo evitar). Entre casas de madera construidas al estilo malayo sobre el agua del río nos paramos a comer y tras la comida los guías nos ofrecieron quedarnos ahí un rato y explorar la selva o caminar hasta la cascada. Un poco cansada de sanguijuelas pasé de ir (al igual que muchos del grupo). La razón principal era el agua, no solo el agua de la cascada, que según los cuatro que fueron nos dijeron que el camino era súper resbaladizo y muy dificultoso, sino porque iba a empezar a llover pronto y con el agua la selva se llena de sanguijuelas. El guía ya nos dijo que teníamos que prepararnos para correr si empezaba a llover, que quedarse en la selva era peligroso.
Tras el regreso del resto del grupo de la cascada marchamos hacia la lancha, los del grupo de la cascada descubrieron, tras salir a la luz del claro (entre la sombra de los arboles altos y las lianas no se puede ver mucho) que tenían sanguijuelas por los pantalones y la alemana tenía una pegada en el brazo, el guía tuvo que quemar a la sanguijuela con un cigarro para que esta se soltara de su brazo (no se puede quitar una sanguijuela tirando sino con fuego porque se retuerce entre si y se suelta). De regreso al hotel seguimos intentado ver elefantes en las orillas pero fue labor imposible, tal vez porque comenzó a llover cada vez más fuerte, así que regresamos más rápido al hotel. Una vez en la habitación todos nos revisamos bien, yo pase calor pero iba bien preparada contra las sanguijuelas, otro descubrieron que ni con calcetines sobre los pantalones largos se habían librado de tener alguna enganchada a la pierna.
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