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Diario 2017: Israel - Jerusalem - dia 6

Al día siguiente, viernes, comenzamos el día visitando el museo de Israel, cuya cúpula, que se ve desde lejos, se mantiene a la misma temperatura gracias a las fuentes de agua que caen sobre ella; una arquitectura muy moderna y original. En el museo de Israel vemos la maqueta de la antigua ciudad y el guía nos va explicando la historia arqueológica de todo lo que vamos a ir viendo esos días. Cuando nos dirigimos a otro de los sitios del museo y mientras el guía nos explica oímos como un dron nos sobrevuela, eso sí que es vigilancia. Entonces entramos en unas salas con forma de cueva donde vemos objetos que se encontraron las cuevas de Qumram, y al final de ese túnel-gruta se encuentra una sala redonda donde podemos ver los famosos manuscritos del mar Muerto, lamentablemente no se puede hacer fotografías dentro del museo. 


De aquí nos vamos a visitar el barrio de Ain Karen y la iglesia de la Natividad de San Juan Bautista, en el barrio vemos unas frutas gigantes, unos limones con el tamaño de melones, y de nuevo helados que disfrutar bajo el sol de Jerusalén. La iglesia de san Juan Bautista tiene también una gruta, algo que está siendo habitual, y mosaicos antiguos en el suelo. Desde aquí se puede ver bastante cerca la iglesia rusa de María Magdalena, con sus cúpulas doradas resaltando sobre el verde del monte. Y finalmente visitamos y comimos en el museo-memorial del Holocausto judío. Lo cierto es que tanto tiempo en el museo me pareció excesivo, pero es lo que hay si se va en circuito. Tras este viaje puedo recomendar el circuito para ver el resto de Israel, pero para ver Jerusalén mejor ir por libre. Mi amiga y yo pasamos bastante del museo pero disfrute de un helado en la terraza del museo donde está el restaurante, tomando todo el sol de febrero que podía, porque daban lluvias pronto. 


Tras terminar de comer nos acercamos la ciudad vieja de Jerusalén, nos paramos en las murallas junto a la puerta de la basura como la llama el guía, pero es la única puerta que he visto que no conserva el nombre, cada uno la nombra como quiere (porque en varias guías y blog de viajes la llaman de diferentes maneras). Aquí observo otras de esas cosas curiosas que uno lee y que no imagina ver (como lo de la manifestación de los judíos ortodoxos) estaba vez el control que tienen sobre todo el mundo. Cuando estamos en las murallas me fijo que me estropea la foto un chico sentado en las rocas a los pies de las murallas, y el dichoso chico no se mueve, al final el grupo se aleja hacia la puerta de la muralla y cuando voy a seguirlos veo como se acercan tres soldado al chico, lo hacen levantarse y mientras unos le preguntan algo, otro se dedica a mirar en los huecos de la roca, y me doy cuenta de que efectivamente era muy sospechoso que estuviera tanto tiempo quieto en el mismo sitio, y que este no es un lugar donde hacer cosas sospechosas. 

  

Tras cruzar la puerta tenemos una vista perfecta de la explanada de las mezquitas, donde podemos ver perfectamente el arco de Richarson (el nombre es dado por la persona que lo descubrió). Aquí el guía nos explica muchas cosas sobre la cultura judía y sobre Israel mientras podemos ver a muchos judíos ortodoxos camino al muro de las lamentaciones, algunos de los hombres llevan unos sombreros de pieles muy curiosos y es que son los sombreros para los momentos especiales y ya se acerca el sabath. En el vuelo de regreso uno de los pasajeros llevaba una sombrerera con el nombrado sombrero de gala y mi amiga me dijo que le recordaba a mi cuando viajo de recreación histórica. Tras disfrutar de las vistas y las explicaciones a la sombra de un olivo, nos dirigimos hacia la entrada al muro de las lamentaciones (aquí allí lo llaman el muro de los lamentos), las mujeres por un lado y los hombres por otro. Al pasar el control de seguridad el grupo se retrasa porque alguien del grupo lleva una navaja para pelar la fruta, muy típico nuestro pero para entrar en estos sitios es “sospechoso” y ya he comentado que ser sospechoso en este lugar significa perder tiempo siendo interrogado. 

  

El muro de las lamentaciones en realidad es una parte de la muralla de la ciudad antigua de Jerusalén que es la que más cerca estaba al templo sagrado, y por tanto sagrada para los judíos. Aquí hay un punto curioso, la explanada de las mezquitas es propiedad musulmana, y ahí no pueden entrar judíos, y el muro de las lamentaciones es propiedad judía. Afortunadamente nosotras podríamos entrar a ambos lugares para verlo, eso sí, dentro de la cúpula dorada solo pueden entrar los musulmanes, pero bueno, la cuestión es que dentro de la misma ciudad hay cientos de rincones que están en conflicto con diversas religiones, y nadie se queda atrás, porque si bien ahora hablo de judíos y musulmanes, en el santo sepulcro hay una pelea por las llaves del lugar por cristianos ortodoxos, católicos y armenios. Vamos, que Jerusalén es un polvorín y es increíble que se conserven tanto rincones antiguos con todo lo que ha pasado y podría pasar. Pero volviendo al muro, nos encontramos con varias personas en dos secciones divididas, la de las mujeres, donde entramos nosotras para tocar el muro y meter el papelito con las peticiones, y la de los hombres zona que podemos ver perfectamente desde nuestro lado. En nuestro lado hay sillas y mesas con libros, en el lado de los hombres también hay mesas con unos curiosos manteles, los hombres tienen que taparse la cabeza, porque es la parte más cercana a Dios. Mientras esperamos vemos como se balancean y oran, aunque nada fue tan impactante como vivir el sabath en Jerusalén. Por cierto, el motivo de visitar el muro el viernes es porque el sábado está prohibido hacer fotografías porque es un día sagrado, y el domingo nos marchamos de regreso a España así que, no quedan más días para poder hacerlo. 

  

Tras salir de visitar el muro regresamos camino a la puerta de la basura, no sin antes parar en la entrada a la explanada de las mezquitas, este es uno de los lugares que no visitaremos, y que se recomienda visitar, pero en este día no tenemos tiempo y el día de regreso tal vez podríamos haber ido, pero no estábamos muy seguras de los horarios, y ya nos tenía bastante preocupadas la salida del país (siendo lo difícil y sospechosas que nos vieron para salir de Madrid- que ni siquiera digo para entrar al país-), y hablando de verlo todo, el otro de los lugares que dejamos sin ver fue el mercado de Mahane Yehuda, en serio, no soy persona de mercados ni tiendas, y si no fuera por los regalos a la familia no pisaría ni una tienda ni mercado en mi vida, por lo que por mucho que nos lo recomendaron varias veces ni mi amiga ni yo teníamos ninguna inclinación por ir, todo es cuestión de gustos, conozco a gente a la que le recomiendo ver La Seo cuando vienen a Zaragoza y prefieren ir a verse el Ikea, todo es cuestión de gustos.

  

Del muro nos fuimos al Monte Sion donde se encuentra la tumba del Rey David, la puerta de Sion es la entrada a la ciudad antigua desde el monte y me parece preciosa a esta hora de la tarde en la que el cielo está de un profundo azul y el sol se refleja en las piedras de la pierda convirtiéndola en tonos dorados. Con respecto al color de la piedra es muy curioso que durante todo nuestro recorrido por Jerusalén todas las casas que vimos estaban construidas con el mismo tipo de revestimientos blanquecino, ese tipo de piedra en el exterior se utiliza para que la ciudad tenga un color uniforme y resulta obligatorio. Eso no quita que haya rincones modernos, como el museo de Israel o el puente que construyó Calatrava en la ciudad, pero sin duda es un acierto que sigan esa norma porque así el tono de la ciudad de Jerusalén es siempre el mismo. 

  

Nos acercamos al Cenáculo que se llama así porque es el lugar donde indican que se realizó la Última Cena. Lo más curioso es la sala superior que tiene una mezcla de estilos; árabes, templarios, etc. Y el toque más curioso el capitel de una de las columnas que es como los templarios representaban la última cena (y que son unas aves, algo que no se nos hubiera llegado a ocurrir). Del cenáculo fuimos a la abadía de la dormición que es de forma redondeada y cuyo exterior está muy bien conservado, por dentro está decorada con mosaicos y en el suelo un calendario del zodiaco, que me recordó al suelo de una iglesia en la isla de Sicilia. Bajando unas escaleras se encuentra una figura de la virgen María dormida con una cúpula decorada con mosaicos dorados, la zona está principalmente iluminada por las velas lo que hace de los rincones más curiosos. 

   

Tras salir del monte Sión regresamos al hotel para cambiarnos de ropa, cenar y salir por la noche por Jerusalén. La cuestión es que el viernes cuando se pone el sol comienza el sabath judío por lo que desde las siete de la tarde hasta el día siguiente al anochecer vimos una ciudad completamente diferente. Por lo pronto en el hotel de los tres ascensores había uno dedicado al sabath y que paraba en todas las plantas para que los judíos no tuvieran que pulsar el botón del piso al que querían ir. Cuando bajamos a cenar nos encontramos que en la zona del comedor había un montón de velas encendidas sobre la mesa, y más velas para coger y encenderlas y ponerlas sobre la mesa si querías. Al parecer es una tradición en el sabath y habilitan esa zona del hotel, porque tal y como ponen en los carteles de las habitaciones, encender velas en la habitación está prohibido. Pero la mayor sorpresa nos la llevamos al entrar al comedor para cenar, que estaba lleno de gente vestida con sus mejores trajes, otros cantando en un rincón (cantando u orando, no sé, pero cuando paraba uno empezaba el otro) y mi amiga se preguntó si nos habíamos colado en una boda o algo así. Más tarde al comentarlo en el grupo el guía nos explicó que para el sabath los judíos se ponían sus mejores ropas y lo celebraban como un día de fiesta. Además dio la casualidad que alguien perdió un anillo y nos vinieron a nosotras y a los mejicanos en dos ocasiones, primero una mujer y luego un hombre, para preguntar si lo habíamos perdido. Y así fueron preguntando varias veces mesa por mesa, por un pequeño anillo, no se puede negar que son honrados. 

  

Cuando salimos tras la cena nos encontramos con una ciudad fantasma, ni un solo vehículo circulando, apenas dos personas en la calle, todo tan desierto que parecía que éramos los únicos supervivientes de una apocalipsis. El guía nos explicó que durante el sabath está prohibido circular, abrir tiendas o restaurante que vendan comida koser (bajo una elevada multa por ello) y que tampoco hay transporte público. Y al día siguiente efectivamente vimos que no circulaba el tranvía hasta que se puso el sol. Nos acercamos al parlamento, que excepto por los guardias estaba vacío, al lado hay un candelabro judío gigante, no puedo decir si es una ménora o el otro nombre, resulta que hay dos tipos de candelabros judíos; el de siete brazos y el de diez. Según cuantos brazos tenga se llama de una manera o de otra, pero yo solo recuerdo el nombre de ménora. 

  

  

Pasamos por uno de los barrios más caros con viviendas antiguas, pero estaba todo muy poco iluminado. Pasamos junto a la muralla y pudimos ver iluminada la puerta de Damasco, hecha por Suleiman el magnífico, y recorrimos la carretera que baja frente a la basílica de la agonía, con su portada de mosaicos dorados de estilo ortodoxo. Y subimos por el monte de los olivos que tiene un mirador completo de la ciudad de Jerusalén iluminada. De aquí regresamos la zona cercana a nuestro hotel, donde está el molino de Montefiore iluminado, este molino se conserva como recuerdo de la época en que se reconstruyó la ciudad y se reactivó la economía del lugar. Aquí se muestra una réplica de la carroza de Montefiore que fue el que puso el primer molino para impulsar la economía, la pena es que es una réplica porque un loco quemó el original que se mostraba en el mismo lugar. Desde la zona del molino hay una vista cercana de las murallas de la antigua ciudad y, ahí, frente a las murallas de Jerusalén hablamos en hebreo y celebramos y bebimos por haber podido ver la antigua ciudad de Jerusalén con nuestros ojos. Siempre tuve en mi lista de lugares a visitar esta ciudad, que ciertamente no me ha defraudado. 

 

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